
Los primeros misioneros en el Perú: la hermana Josephine Doiron, p. John Adamyk, la hermana Rose Healy, la hermana Rita Moran, el Padre. Duncan MacDonnell y la hermana Shirley Morris.
Cuando las Hermanas de la Providencia de San Vicente de Paúl celebramos 50 años de trabajo misionero con nuestra gente en Carabayllo, Perú, me dieron el privilegio de escribir mis recuerdos sobre nuestros inicios en el Perú.
En 1966, el Vaticano II solicitó que las congregaciones religiosas asistieran a nuestros hermanos y hermanas en América Latina. Las Hermanas Lenore Carter, Superiora General y Marian Farnand, Asistente, fueron al Perú y a Guatemala con la intención de discernir dónde podrían ayudar más a nuestros hermanos.
Ocho Hermanas fueron elegidas de entre las muchas que se ofrecieron como voluntarias y nuestros preparativos comenzaron al participar en un estudio de cuatro meses de la lengua y cultura española en América Latina en Ponce, Puerto Rico. Formamos parte de 75 voluntarios, sacerdotes y Hermanas de los cuerpos de paz de los Estados Unidos. Desde allí, las Hermanas de la Providencia partieron hacia sus futuras misiones en el Perú y en Guatemala.
Los padres MacDonnell y Adamyk celebraron la misa en nuestro comedor dos veces por semana y también oramos juntos de manera regular. El padre MacDonnell habló de cómo 40,000 personas desesperadamente pobres y abandonadas vivían en esta área. Quería que trabajáramos en equipo para ver las diversas necesidades y evaluarlas juntos. Quería que formáramos parte de una comunidad cristiana y esperaba que nuestros esfuerzos y metas totales se reflejaran en nuestras vidas al reflexionar sobre el mensaje del Evangelio. Sintió que a través de la dinámica de grupo y la reflexión, el mensaje cristiano podría convertirse en una realidad viva. Su consejo para nosotras fue el de estudiar, reflexionar, orar y convertirnos en una comunidad de amor. Él dijo y cito: “Si en este primer año no se hace más que visitar las casas y darle a la gente un sentido de dignidad, se habrá logrado mucho”. ¡Qué palabras tan sabias!
Ha habido muchos nuevos comienzos en el camino, sin embargo, la mayor alegría para mí fue experimentar el amor y la aceptación de las personas que, frente a su pobreza extrema, nos enseñaron sobre la sencillez de su estilo de vida y el valor en medio de la pobreza. Abrieron mis ojos a las muchas injusticias y desigualdades que existían entre ricos y pobres.
Después de 50 años de servicio por tantos sacerdotes, Hermanas, Asociados y laicos voluntarios que continúan orando y trabajando con la gente y con la generosidad de quienes aportan tanto espiritual como financieramente a través del Fondo de la Misión Marillac para apoyar la misión de las Hermanas en Perú, espero que la misión “Cristo Luz del Mundo”, siga dando frutos.