
POR LOUISE SLOBODIAN
La Hermana Rita Gleason sabía que fue llamada por Dios. Ella nunca tuvo dudas de que la vida religiosa era para ella. Pero tenía una duda. Entrar a la Congregación seguramente significaría renunciar a su amado piano. Sabía que tendría que sacrificarse y que estaría en ella hacerlo. Así que imaginen su felicidad, cuando a tan solo dos semanas de haber entrado en la etapa de postulado (candidata) las Hermanas de la Providencia se le acercaron y le preguntaron si le gustaría continuar con su música. Su respuesta fue un resonante, “si”, respuesta que definió su vida. Cincuenta y seis años después, ella todavía está tocando su música para hacer comunión con su Señor.
La Hermana Rita tenía 17 años y tocaba ya el Grado 9 del repertorio del Conservatorio Real de Música. Esto está considerado como un nivel avanzado – la música que ella tocó durante momentos de recreación los jueves y domingos era compleja e interesante. El problema era, que para seguir adelante con la música primero tenía que retroceder unos cuantos pasos. Tal y como cualquier otra materia en la escuela, los diferentes niveles de la música requieren de exámenes, y ella nunca había tomado ninguno. “Yo me sentía muy nerviosa en relación a exámenes,” dijo, así que había avanzado sin ellos. Como nunca antes se había preparado para exámenes, no había tenido un riguroso entrenamiento en la técnica del piano – todas esas escalas y acordes y arpegios. No sabía tampoco su teoría musical muy bien. La Hermana Mary Jane la tomó de la mano. Cuando la Hermana hubo terminado con Rita, ella obtuvo su mejor calificación en su examen de piano en el Grado 8. La Hermana tuvo que “desenseñarle”, dice la hermana Rita ahora, con una mirada triste. Ella era tan estricta que la Hermana Rita lloraba después de las lecciones. Pero aun así, valió la pena. “Estoy muy agradecida a la Congregación por ellas me dieron mi música.”
Después del triunfo de su examen de Grado 8, la Hermana Rita, que para entonces había tomado el nombre religioso de la Hermana Maureen, fue enviada a Brantford, donde la Srta. Virginia Blaha le enseñó los detalles que le faltaban aprender. Muchos de los familiares de la Hermana Rita eran musicales, pero se basaban en un buen oído para aprender a tocar después de escuchar. Rita debía aprender a leer también, así como a escribir y a entender.
Al principio de la década de sus 20 años, ella era ya un miembro completo de la Congregación y se estaba preparando para obtener su certificado para poder enseñar piano. Se encontraba de nuevo en Kingston y había empezado a enseñar música, mientras se preparaba. “Me empeñé en enseñar,” dice. Fue una sorpresa muy bienvenida. La razón por la que escogió a las Hermanas de la Providencia en primer lugar, fue porque notó que las Hermanas podían trabajar en muy diversas categorías, no sólo como maestras, actividad que no pensó sería de su gusto. Ella esperaba ser una trabajadora de oficina. Pero claro, eso fue antes de que se le ofreciera la música.
La Casa de la Providencia era su lugar favorito para enseñar y llegó a tener cerca de 50 estudiantes allí. Ese era un gran número, pero una verdadera pena cuando el Vaticano II impuso las restricciones en cómo debían vestirse las Hermanas de una manera más relajada. Se ríe: No era como si ella entró en un salón de clases y todos los estudiantes vieron a la vez que su hábito estaba más corto y que ahora se podía ver su pelo. En vez de esto, ella experimento la sorpresa de cada estudiante, uno tras otro. Tuvo que decirle a cada estudiante, uno por uno que su nombre se había revertido ahora al original y tenían que absorber esto también. ¡Al final de la semana ella se preparaba cada vez que un estudiante llegaba!
La comunidad de Hermanas de la Casa de la Providencia, fueron de mucha ayuda porque ellas podían reírse. Se daban unas a otras permanentes. Juntas se acostumbraron a las nuevas ropas y los nuevos nombres. Y se complacían en escuchar las historias de cada una – de velos que no se quedaban en su lugar y se perdían en la sopa, y más.
En los años de 1970, ella anduvo de un lado a otro, pasando algunos años en los conventos de Tweed, Belleville y Arnprior, Ontario, enseñando música. En Tweed también estuvo a cargo de la música en la parroquia.
Desde 1985 a 87, tomó el cargo de Directora de Vocaciones y esta fue la primera vez que la música no fue parte de su vida de trabajo. Ella esperaba que las cosas serían las mismas cuando aceptó el puesto de la Misión de las Hermanas en Guatemala. ¿Seguramente no estaría involucrada en la música? Pero ella se equivocó. No solamente tocó la música, la enseñó también – y en español. Aquí no sólo enseñó el órgano, pero también la guitarra, la cual había aprendido ella sola.
Otro cambio inesperado en Guatemala fue que otros músicos la buscaron – ella se convirtió en un destino, alguien que era valioso viajar para verla. Grupos de hombres jóvenes viajaban de otros pueblos, caminaban millas para aprender de ella – cómo entonar sus guitarras apropiadamente y acerca de los tiempos de la música que tocaban en sus capillas. Un joven trajo su acordeón y la Hermana Rita aprendió a tocarlo también, para con ello poder ayudarlo. Uno de los Padres visitantes le mostró como utilizar los botones del acordeón, de manera que ella pudo transferir lo que acababa de aprender ella misma. “Llegaban a verme gracias a su fe,” ella reflexiona, y juntos tocaban los himnos que deseaban aprender.
Ella permaneció en Guatemala por cinco años, enseñando música en la escuela desde el primer grado hasta el sexto. “Los niños amaban la música,” dice. “Me daban muchos abrazos grandes.”
Cuando regresó al Canadá fue un choque cultural. Le ayudó el hecho de que pasó dos años completando una Maestría de Artes en Ministerio y Espiritualidad en el Colegio Regis de la Universidad de Toronto. Esto la llevó al trabajo de parroquia. Se encontraba en el norte de Edmonton ahora, en el suburbio de Fort Saskatchewan, y estaba frustrada. El trabajo era limitante. Se le dijo que “fuese presencia,” pero no se le dio un verdadero papel que jugar en la parroquia. Ella buscó algo diferente y lo encontró. Aceptó el trabajo de Capellán en el Hospital de la Universidad de Alberta.
“En seguida, me sentí en casa,” dice. Una vez más no esperaba que la música volviese a ser parte de su vida de trabajo. Pero cuando se fue a trabajar en el Auxiliar de St. Joseph en Edmonton, un hospital que las Hermanas de la Providencia habían fundado, esto cambió. El Presidente quiso empezar un coro con los trabajadores. ¿Quién sería la persona más calificada para guiarlo? La Hermana Rita dice que no sólo era algo bueno para la moral del personal – todos amaban la práctica coral – también fue de utilidad. El coro cantaba en servicios memoriales para pacientes y había por lo menos cuatro cada año.
La Hermana Rita se retiró del hospital en el 2009. Regresó a St. Joe cada mes a tocar durante la Misa y en la hora feliz. Aprendiendo siempre. “Todavía hoy me pongo a aprender nueva música, averiguo cómo, atiendo talleres.”
Para la Hermana Rita, la música y la espiritualidad están entrelazadas. La música llena mi corazón”, dice ella, añadiendo, “Me alimenta, es una parte integral de mí misma. Haciendo música siento la presencia de Dios.” Esto fue subrayado en un discernimiento que ella tuvo que hacer acerca si debía regresar a enseñar después de un descanso. Ella decidió que tenía que hacerlo: “Está dentro de mí todo el tiempo.” Regresó a enseñar con un espíritu renovado. “Estoy gozándolo 10 veces más que nunca. Lo amo.” De hecho, enseñar tan sólo en su apartamento no ha sido suficiente, así que ha empezado a enseñar en una tienda de música donde ya tiene cinco estudiantes más. Ella obtiene una gran respuesta de sus estudiantes quienes dicen que ella es increíble, aunque este no es el punto para la Hermana Rita. “Al enseñar la música estoy compartiendo quien soy yo,” dice. “A través de la música mi espíritu continúa creciendo.”
Ella regresó a la palabra hablada en la liturgia funeraria de su amiga y tutora, la Hermana Mary Sheila, con quien ella aprendió en la Casa de la Providencia en los años 60s.
“Nuestras maestras de música tuvieron el gran privilegio de introducir este lenguaje universal, fuente de gran regocijo. A través de su trabajo, les dan a sus estudiantes aprecio por las mejores cosas de la vida y elevan estas a una dimensión espiritual. La Hermana Mary Sheila vive en sus estudiantes y sus logros, y en Cristo.”
“Sólo puedo esperar lo mismo,” dice la Hermana Rita.